La casa
Se ha plantado el invierno,
y la
casa del pueblo,
y los trigales y llanuras, y la serenidad
que
conducen los ríos.
Allí, las ventanas al campo, nuestra
casa
vacía. Por el corral
andan las yuntas y el
esfuerzo
del carro; duermen
las vertederas. El sol
trae
aquel aire de la última fiesta: los ruidos
de artificio, las
quincallas, la noria
permitida; el turrón, las trompetas
del
niño, el buen tema
del baile.
Bajo la chimenea,
la
pana del domingo, las baldosas
viviendo aquel momento alegre,
aquella pulsación
de los membrillos.
Si hoy volviese a la
casa
preguntaría si es a las nueve la procesión, si sale Juan
pidiendo
por las calles, si han traído casetas para tirar, si
hay toros
por la tarde, si hay banderillas para el anís o si
aquel baile
sigue siendo en la plaza y hay amores
inútiles.
Mi
habitación, la mesa de nogal, los libros,
la ventana…; allí
estarán las Ciencias Naturales, la Geografía
de los jueves,
los vientos, las distancias…
Involuntario, duro,
el
nombre de Raquel; la habitación de arriba…
Si volviese a la
casa
preguntaría que cuándo es el examen; si deja aún
Pilar
una rendija del balcón abierta, o si cruza José
al
acarreo, o si sube la sangre del jardín, o si es la primavera,
o
son los años, o aquel pecho en sus bodas,
o aquella piel
herida.
Los baúles cerrados en la cámara,
la ropa negra
de los muertos más próximos, la hora de cenar. Los aleros,
los
nidos
de los tordos, las sartenes sin uso, los fantasmas, la
bicicleta
sin manillar, sin niño por las
cuestas.
Preguntaría,
si hoy llegase a la casa, si sigue
allí Miguel
esperando a los pájaros; si se juega a las cartas
y se fuma.
O si Andrés tiene novia y nos despierta
la
voluntad de amar, «cuéntanos lo del beso»;
o si la madre sube
y nos sorprende,
contando labradores en el llano, o campanadas
sueltas
de la iglesia.
Si volviese a la casa
negaría
la paz. Los tiestos ya no tienen
la sangre de la flor, ni sube
el griterío de la plaza, ni se encuentra el jornal
para los
olivares, ni está abierto el balcón, ni se ha casado Andrés
con
Margarita (yuntas y carros, la lentitud
del buey, las cuevas,
los rastrojos…)
ni labradores en el llano
a media tarde,
levantando la siega.
Si volviese a la casa
negaría la paz,
comprendería
lo duro de esta siesta; vencería aquel miedo.
Diego Jesús Jiménez
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