A los vegetales se entra
con hambre de animal longevo y
apacible, y lentamente
se acaba
la lechuga.
A la carne se va distinto, se ingresa a ella
con ansia
orgánica, casi disputándola
como si fuera carne
del día
de la resurrección, y se acaba
el bife.
Recuerdas:
para que tú vivieras
tu familia depredaba la
tierra para ti,
pollos patos reses cuyes cabritos carne
para
convalecer y durar.
El alimento en la boca te relaciona
con el mundo. Hay días
de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las
benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque
tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás
eructando miedo.
Pero hay días que no tienes carnes ni vegetales
sino arena
en la lengua. Te explicas: tal vez has comido
una sequedad
inicial, insidiosa, de pecho, y nunca
se acaba, el
desierto
nunca se acaba.
José Watanabe
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