Nací en el sur de Europa, donde todos
los pueblos se quedaron.
Soy hija del camino, el azar y la
distancia.
Amo el decir callado de los que piensan
hondo
y el tintineo feliz de quienes sueñan.
En cada surco encuentro una nueva
llanura
en cada madrugada semillas del
crepúsculo.
Defiendo la memoria como la patria
íntima
el único dominio con vino de justicia.
Reniego del rugido de expertos bien
pagados
al servicio de réditos que nunca son
el nuestro.
No tengo fe en la cháchara de este
tiempo de máscaras
me ocasiona urticaria la versión
oficial.
Soy partidaria
del fuego que consume, pero también
calienta.
He aprendido que todo en la vida tiene
un precio
con dinero se paga el de la bisutería.
Me gustan las palabras cansadas del
camino
ésas que a vida o muerte se empeñan
en decir.
¿Soy épica o hermética?
¿Versicular o clara?
¿2.0 o mística?
Quién sabe. Nadie es buen sastre
propio.
Escribo porque intuyo que mi ambición
mayor
es volver a nacer.
A veces me he atrevido a asomarme a la
sima
la oscura, la lejana, la misteriosa: yo
y ha llenado mi ánimo una certeza
insólita
yo no existo –es verdad– pero el
tiempo tampoco
sólo es ausencia limpia en un cielo de
arena
indiferente a mí que día a día se
ilumina.
Allí quiero que mires cuando yo ya
esté lejos
para gritar con fuerza todo vuelve
a empezar.
Raquel Lanseros