Seguidor de la ley y de la patria,
quiero saber de ti,
por qué empuñas el hacha.
No me eres un extraño.
Yo he nacido en la tierra de los
inquisidores
y también he temido al árbol que se tuerce.
¿De qué abono brotan tus ramas tan erguidas?
¿Qué te hizo
invulnerable a los tornados?
Todo tiene un origen:
antes que una prisión,
en el mismo paisaje habría una pradera,
el captor y el
recluso serían niños.
Alguna vez, la espada fue cartón,
seguidor de la ley y de la
patria,
alguna vez sería Navidad,
alguna vez,
¿recuerdas?,
habrían llevado un tiovivo al vecindario.
Hombre de Dios y niño,
¿cuándo empezó la caza?
En esa luz de invierno, en tu inocencia,
¿cómo creció la
noche y se hizo bosque?
¿por qué el piano eligió la
gravedad?
¿cuándo el trébol amargo del verdugo?
Si pudieses mostrar tu corazón,
¿sería fruta o betún lo
que enseñaras?
¿el calor de una lámpara de aceite?
Quiero saber de ti,
por qué tus sueños a veces tienen dientes.
Tú que surcas las aguas de lo recto,
¿alguna vez tuviste el
mar en contra?
¿hubo alguna deriva?
Al fin de la jornada,
seguidor de la ley y de la
patria,
cuando partes el pan como hizo Jesucristo,
¿piensas
en Canadá?
¿en el cubierto que falta en otra mesa?
¿miras
con compasión al perseguido?
O tal vez, con fervor
-una zarza que arde, pero no se
consume-,
una frase te viene a la memoria:
Reprendo y
disciplino a todos los que amo.
Braulio Ortiz Poole
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