Únicos. Sí. Lo somos.
Las huellas dactilares.
El iris. La retina.
La red venosa palmar.
La geometría de la mano o de la oreja.
Y las huellas podales.
Y la fisonomía de tu rostro.
Y la antropometría.
Y el ADN presente en sangre, orina,
en el sudor, las lágrimas, la piel,
los bulbos del cabello.
Todo esto te hace único.
No hay ni habrá otro ser que tenga
tus huellas dactilares ni tu iris,
ni tu ADN. Nadie. Nunca.
Lo que quiere decir que todos los demás
también son únicos e irrepetibles.
Y ese milagro incomprensible de ser uno
es cosa repetida tantas veces
que se vuelve magia barata.
Somos iguales en el hecho de ser únicos.
Hermosa paradoja intrascendente
que hace insolvente al nombre propio,
y al yo lo deja en el abismo.
Juan Bonilla
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