Dos caminos se separaban en un bosque amarillo
y, lamentando
no poder recorrerlos ambos
al ser un único viajero, me detuve
durante un tiempo
para contemplar el primero esforzando la
vista
hasta el punto en que se doblaba sobre la maleza;
tomé
después el otro, juzgándolo igualmente atractivo,
pero dueño
de un más poderoso reclamo:
su manto de hierba intacta y sus
ansias de ser recorrido;
aunque a ese respecto, el acto del
tránsito en sí
los había ocupado a ambos en la misma
medida,
y los dos yacían igualmente aquella mañana
cubiertos
de hojas no pisadas, hojas sin mancillar.
¡Oh, conservé el
primero para otro momento!
Aunque, sabiendo que un camino
conduce a otro,
dudé sobre si algún día podría volver
atrás.
Deberé contar esto suspirando
en algún lugar del
futuro, a años de distancia:
dos caminos se separaban en un
bosque, y yo—
yo elegí el menos transitado,
ese acto marcó la diferencia.
Robert Frost
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