domingo, 4 de abril de 2021

LA CASA DEL PADRE

 


En mi casa las vacas tenían nombre
y los becerros asaltaban los cielos
abrazados por las ubres.

Desde el amanecer,
oíamos sus nombres.
Se llamaban Lucera, Regalona,
Carmela y Mariantonia.

En los ojos de aquellos animales
los motivos del mundo
nunca eran extranjeros.

Nos defendían del frío
con el calor de sus cuerpos.
Nos defendían del hambre
con la blancura de su leche.

Nos daban esperanza
y nos ayudaban a comprender
que el mundo era como creíamos.

Después de tantos años,
en el silencio de la noche,
cuando aparece el sueño cada día,
he empezado a pensar
que, desde hace mucho tiempo,
las raíces de los hombres
fueron arrancadas de la tierra.


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