Decir adiós quiere decir tan poco.
Adiós dijimos a la
infancia
y vino detrás nuestro como un perro
rastreando
nuestros pasos.
Decir adiós: cerrar esa obstinada puerta que se
niega,
la persistente cicatriz que destila memoria.
Decir
adiós: decir que no; ¿quién lo consigue?
¿quién encontró
la mágica llave?
¿quién el instante que nos desliza hacia el
olvido,
la mano que extirpará raíces
sin quedarse para
siempre cerrada sobre ellas?
Decir adiós: volver la espalda;
pero
¿quién sabe dónde está la espalda?
¿quién conoce
el camino que no muere en el pisado atajo?
Decir adiós: gritar
porque se está diciendo
y llorar porque no se dice nada;
porque
decir adiós nunca es bastante,
porque tal vez decir adiós
completamente
sea encontrar el recodo donde volver la
espalda,
donde hundirse en el no definitivo
mientras escapa
lentamente la vida.
Francisca Aguirre
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