Ahora lo sabes,
también los peces tienen que pasar las
fronteras,
llorar todas sus afonías,
pedirle impuestos a
la luna llena que cada noche se disuelve en sus lágrimas
cuando
se ha roto “la cadena de frío” en sus maltrechos corazones
marinos.
Pero así es la soledad en el agua cuando se sabe de
antemano
que compartirás el envase (con otro solitario) en
algún frigorífico,
así son los falsos pasaportes
para
los que no saben llorar bajo el agua
y terminan en los
supermercados con la carne limpia y sin escamas,
lista para
meter al horno.
Nilton Santiago
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