Me despido, y no como aquel que se despide
vacío, hueco, no como ese que se relame
ante pareceres dispares, ante adioses que
sólo son hastaluegos.
Me voy como lo que vine, como la antítesis
de lo ario, de lo puro, como aquel susto
que se repite, y no por no prevenirlo, sino
porque siempre es esperado.
Me voy y no sé lo que dejo: ¿amor?, ¿pena?,
¿alegría?, ¿sollozo?, ¿taciturnidad?, ¿apatía?,
¿desazón?, ¿éxtasis?
No sé, ¿vacío?
Dejar, dejo, ¿NO?
¿Qué sería de la gloria sin el legado?
Pues eso, que me piro, pero como aquel
que se va sin caminar,
con la sensación de que el camino es corto,
vamos, que me ha sabido a poco;
como aquel que corre como en sueños, sin moverse.
Me voy y no sé lo que dejo,
pero sí lo que me llevo: me llevo ese nosotros, esa identidad
hacia algo que hace que no tenga identidad,
que hace al hacer, que hace deshaciendo.
Desde tu masa cubierta de cráneo,
desde lo que queda en ti y sólo en ti,
no extrapolable a otros tú,
sino en tu tú, en se y por se,
quedará un yo, ese yo que sólo aparecerá
con un olor, con una risa, una nota,
un litro, una persona, un ruido, un silencio,
y, lo más importante, un pensamiento.
Solo cuando este cúmulo de pareceres
intangibles sea una masa que se simbiotice
con la masa cubierta de tu cráneo, que a su vez
quede simbiotizada con tu cuello,
solo ahí no me habré ido.
Gata Cattana
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