sábado, 31 de marzo de 2018

Los condenados de la tierra



París. En el hotel para inmigrantes
descubro un raro insecto que jamás había visto.
No es una cucaracha ni es una pulga.
Lo aplasto y brota sangre, mi propia sangre.
Al fin me encuentro contigo,
oh chinche universal de la miseria,
enemiga del pobre, diminuto
horror de infierno en vida,
espejo de la usura.
Y pese a todo
te compadezco, hermana de sangre:
no elegiste ser chinche ni venir a inmolarte
entre los condenados de la tierra.

José Emilio Pacheco


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