descubro un raro insecto que jamás había visto.
No es una cucaracha ni es una pulga.
Lo aplasto y brota sangre, mi propia sangre.
Al fin me encuentro contigo,
oh chinche universal de la miseria,
enemiga del pobre, diminuto
horror de infierno en vida,
espejo de la usura.
Y pese a todo
te compadezco, hermana de sangre:
no elegiste ser chinche ni venir a inmolarte
entre los condenados de la tierra.
José Emilio Pacheco
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