Pasear estas calles que te ven cada día.
Reconocer los rostros que pasan a tu vera;
sus nombres, sus edades, condiciones y oficios.
Gozar de la sorpresa de que el día amanezca.
Mirar pasar las nubes, deshacerse en el cielo.
Aspirar el perfume del naranjo en la plaza.
Asomarse a ese puente cuya imagen de piedra
soñolienta se llevan, río abajo, las aguas.
Sentir llegar la noche con sus pasos de sombra,
el sueño que es la cura de la herida del día.
Ver abrirse la rosa de la nueva mañana.
Un día y otro día en el mismo lugar
en el que estás de vuelta sin nunca haber partido,
y que sea la muerte un tren que se retrasa.
Enrique Baltanás
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