Padre nuestro que estás en paradero
desconocido, líbranos de Ti.
No nos llenes el tiempo con tu ausencia.
Tú utilizaste el fuego del infierno
para encender el sol de nuestra infancia.
No nos des certidumbre de tus ojos
después de que los nuestros ya no puedan
mirar la rosa negra de la vida.
Oh cordura de Dios que catas
el pecado del mundo,
dispendia tu bondad con los cobardes,
los que te encuentran en cualquier fenómeno
de meteorología, los que imponen
tu Nombre en leyes y oraciones.
Confórmate con ser un huésped
de nuestra infancia rota en mil pedazos.
Vacíanos de Ti,
regresa a tus orígenes
a aquella inmensa noche de tormenta
en la que el miedo de unos monos te inventara.
Juan Bonilla
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