Bienaventuradas sean aquellas mujeres
- tan siempre madres, esposas,
abuelas o hermanas -
que aprenden a levantar sus puños
en plazas, autobuses y dormitorios.
Bienaventuradas cuando dejan,
doblados sobre una silla,
el delantal, los suspiros,
la prudencia,
el temor, las cacerolas.
(Mujeres malabaristas,
capaces de dividir
entre ocho o quince el arroz,
los colchones y los besos;
mujeres cosidas a la tierra,
con ramas donde aletea un griterío de niños,
piar de niños que piden agua,
que piden, que piden,
cuánto piden,
subiéndose por los hombros y las piernas.)
Bienaventuradas
las mujeres que se agarran
bien fuerte las unas de las otras
y salen a recorrer las calles,
mostrando pancartas de letra infantil.
Bienaventuradas ellas,
porque se han atrevido a gritar,
con su voz tan recién estrenada,
las palabras grandes, paz, respeto,
libertad, justicia, dignidad,
sin haberse cambiado de ropa,
en zapatillas y con pañuelos blancos
cubriéndoles la cabeza.
sábado, 9 de abril de 2011
Bienaventuradas
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