(A las tribus Panare y Hotis) Aquí en Kayamac todo es distinto, el amanecer convoca la luz el silencioso sol afanadamente arropa el caserío de la tribu. Camino como guardia que cuida de su mundo entre la belleza de las churuatas pobladas del tibio olor a sueño y la apacible mirada de los niños indígenas. Me recorre como un escalofrío al presentir aquí mi herencia milenaria mi permanente nostalgia. Al fondo de la churuata en sus hamacas treinta familias Eñepá se desperezan y ofrendan a Dios hermosas flores que prodiga la selva. Es la hora del rito. Los cantos, la comida, el baile, y la bebida nos convocan con la voz del raudal, en el que se abre paso la curiara con los dueños de este paraíso. Yo naufrago al intentar cruzar el puente me habita el terror de los caimanes y pirañas mi ropa se moja mi cámara se inunda de aguas cristalinas la memoria empieza a invadir el corazón y revivo todas las variedades de nostalgia. Me alimenta de la palma su moriche, sabroso fruto con olor a semen. El espeso sabor de la guanábana. me devuelve a un espacio sin edad. El raudal rodeado de negras esculturas me delinea a ese Dios sin tiempo. Me sumerjo en tus aguas me deleito en tu arboleda me alimento de tus frutos, me llevo tus limones. Me aferro a la selva ese mundo que siempre será mío y como tesoro guardo el amuleto de huesos, el medallón de cráneo de mono y las chaquiras para que me salven en las horas de prueba. Mi corazón se parte en dos mitades y mi ser llueve. Llueve intensamente, llueve a cántaros. |
HERNÁNDEZ, CONSUELO |
jueves, 5 de febrero de 2015
Selva amazónica
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