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Un aire me circunda o me traspasa. Un aliento dulcísimo me embriaga Con una sensación desnuda y vaga, Porque la sombra alúmbrame la casa. Y si pone en mi herida suave gasa No hay fusil que la tronche ni deshaga. Porque la rosa en su virtud de maga, Los ruidos del metal calla y rebasa. Por eso está en mi mano, palpitante, Floreciendo la rosa en la desnuda Desnudez del asombro y del instante. Y aquí se quedará mientras trasuda —en la Hora terrible y acuciante— sombra la muerte con su guerra cruda. Rolando Elías |
martes, 3 de febrero de 2015
Del fusil y la rosa
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