I
Hijo mío que vienes a este mundo
abocado, por fuerza, al mestizaje,
no te voy a engañar: es corto el viaje.
Tan corto que sorprende. Eres oriundo
(como todos) de azares, confluencias
cálculos, tradiciones, sortilegios.
Vienes a un mundo lleno de colegios,
pero también de grandes diferencias.
No sabemos la alquimia de los genes
qué habrá hecho de ti, la piel que tienes,
los ojos, el carácter... No sabemos
si eres zurdo o derecho, oscuro o claro,
pero no importa. Pues sería más raro
haber previsto incluso estos extremos.
II
Hijo mío, mestizo en Almería,
a confundirte van con los gitanos,
con marroquíes, con ecuatorianos:
óptica y fácil trigonometría.
Hijo mío, nacido en Almería,
con tíos almerienses y cubanos,
¿tendrás la misma piel que tus hermanos?
¿importará tu piel, llegado el día?
No te voy a engañar: la vida es corta.
Y más corto es el tiempo de la infancia
(la parte que más fácil se soporta).
Hijo mío, el vocablo “intolerancia”
es un caro juguete que se exporta
e importa sin que importe la distancia.
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