Dicen que los viajeros tienen ojos de arena,
y entre la gente fueron siempre extraños,
porque ninguna piel, ningún lugar,
les ofreció esperanza.
Dicen que cuando quedan detenidos,
sin ganas, sin dinero, o sin salud,
se sientan en cualquier rincón de un sueño,
y mueren de tristeza.
Dicen que el viaje es una gran mezquita de oro,
de donde parten
los áridos senderos de uno mismo.
Rafael Pérez Castells
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