Un hombre pedirá
mi mano
y me la cortaré.
Nacerá otra
y volveré a
cortarla.
El hombre pensará:
qué perfecta mujer,
es un árbol de manos:
podrá ordeñar las
cabras,
hacer queso,
cocer los garbanzos,
ir por agua al río,
tejer mis
calzoncillos.
Pero yo seguiré
cortando mis manos
cuando me diga:
Mujer, te he pedido,
y debes ordeñar las
cabras.
Mujer, eres mía,
trae agua del río,
sírveme el queso,
ve al pueblo por
vino.
Mis manos caerán
como caen las flores
y se moverán por el
campo,
necias:
No ordeñarán las
cabras,
no irán por vino al
pueblo,
jamás zurcirán sus
calzoncillos
y nunca,
mucho menos,
acariciarán sus
testículos.
El hombre dirá:
Qué mala mujer,
es una maldición de
manos.
Irá por un hacha,
cortará mis brazos.
Nacerán nuevos.
Entonces pensará
que el inicio de la
vida se encuentra en el ombligo
y cortará mi cuerpo
en dos.
Mis miles de manos
cortadas
se volverán azules
y se moverán.
Secarán el trigo,
jugarán con el
agua,
secarán el río,
arrancarán las
raíces del pasto,
envenenarán a las
cabras,
al queso.
Y el hombre pensará:
Qué maldición más
grande:
prohibido debe estar
pedir a una mujer
que tiene voluntad.
que tiene voluntad.
Elena Salamanca
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