lunes, 22 de abril de 2019

Habla más suave


Habla más suave: eres mayor que aquel
que fuiste tanto tiempo; eres mayor
que tú mismo y sigues sin saber
qué es la ausencia, el oro, la poesía.
El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve
sacudió esta ciudad plana, adormecida.
Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos
parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash
segundos de miedo y pánico.
Sabes qué es el duelo, la desesperación
violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro.
Entre extraños llorabas, en un moderno almacén
donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba.
Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle,
jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser
muchachas normales y bailar en carnaval.
Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas,
gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo.
Ojos de santos morenos brillando en iconos
medievales, ojos ardientes de bestias salvajes.
Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere,
y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura,
por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí
estuvieron contigo y por el mar,
que aunque potente, es tan solitario.
Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos
de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros,
condenados a breves momentos de visitas
en las frías cárceles de la actualidad.
Habla más suave: ya no eres joven,
el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno,
has de elegir y abandonar, dar largas
y hablar extensamente con embajadores de secos países
y labios cuarteados, has de esperar,
escribir cartas, leer libros de quinientas páginas.
Habla más suave. No abandones la poesía.

Adam Zagajewski




sábado, 20 de abril de 2019

Canción del emigrado”


En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

Adam Zagajewski

jueves, 18 de abril de 2019

Banderas


Banderas, abrigos donde naciones
cansadas, negras por falta de sueños, vivaquean,
banderas, arrugadas sábanas de héroes,
banderas, dejad ya de taparnos los ojos,
volved a vuestros campos de algodón ,
volved a Asia.
¿No sabéis
que se acerca la noche
y que se inquieta un tornado
de estrellas y lentejuelas?

Adam Zagajewski


martes, 16 de abril de 2019

Aria






No soy ángel
que preside la vida
ni sabia
ni agorera.
Únicamente
soy una mujer
cálida
intensa
que en su más apartada
intimidad
cree tener voz
y canta.




Ana Ilse Gómez

domingo, 14 de abril de 2019

Canción del esposo soldado




He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Miguel Hernández



viernes, 12 de abril de 2019

Mujeres con guitarra


Hay muchas mujeres lapidadas a lo largo
de la historia.
Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos
de sangre alzada
de mordeduras largas.
Mujeres que le devolvieron al mundo
la embestida,
que se inmolaron o tuvieron que matar
para seguir viviendo,
esas que en la hora más oscura
roturaron el campo con sus uñas
para que vos y yo pasemos.
Hondas mujeres
que quizás una lenta madrugada
marcharon al fuego o a la horca
por cosas tales como desordenar
el orden público
por inventar una nueva manera de descifrar
la vida
por tener voz
o por infieles
o ateas.
Ellas ya no están. Sus cabezas reposan
sobre un siglo o dos. Sus ojos
ya no existen.
Pero de ellas perdura una hebra sutil
un hilo ciego que sin saberlo
nos hace crecer y despertarnos en la noche
con unas ganas inmensas de vivir
de derribar todos los muros
de desafiar todas las hogueras
así como de amar y de pulsar
todas
toditas las guitarras de la tierra.

Ana Ilse Gómez

miércoles, 10 de abril de 2019

Escombros de canto IV


Me duele el mundo de los hombres.
Con sus picos y palas
han levantado este escenario.
Nosotras somos intrusas
acostumbradas a vivir entre sangre
y sentir humedad caliente entre las piernas.
Amansamos nuestros miedos
y sentimos coraje por la vergüenza al sexo
y a la vida, que nos inculcaron nuestras madres.
Hemos comenzado a amar nuestros cuerpos.
Por eso me resisto / a venderme /
a dejarme vencer de cualquier otra forma.
Ser fuerte a pesar de las angustias.
Rodeada de estrellas / infinito / y rayos solares
que se nutren de mis heridas,
estoy cercada por un tiempo que no es el mío.
Doblo barrotes de soledad y displacer
dentro de sueños alargados donde
la razón se expande más allá de los razonamientos.

Kyra Galván





lunes, 8 de abril de 2019

Lilith



Pertenecía al linaje
de las diosas – pájaro.
Tenía ese par de alas bordadas.
Entonaba agudas melodías
y en su voz
era una mujer libre.
La eligieron para ser
la primer esposa de Adán.
Y por un tiempo él
conoció el placer
de la magia corporal
el olor del almizcle
y escuchó la música
de las esferas celestiales
en su periplo constante.
Luego quiso someterla.
Estar por encima.
Poseer lo que no puede ser poseído.
No entendía que ella era diosa
y que al levantarse desplegaba
la aurora entintada de violetas
y que en la noche comandaba el oscilar de las mareas
y que con sus brazos
orquestaba el coro de los pájaros.
¿Cómo podía quedarse
a los pies de aquél
que deseaba encadenarla?
¿Para qué servían las alas
si no para volar?


Kyra Galván

sábado, 6 de abril de 2019

La loca más cuerda



¿Quién es el ser humano más libre de la Tierra?
¿Quién es capaz de nacer más de una vez?
¿Quién habla con los árboles? ¿Quién llueve?
¿Quién viaja hasta el umbral de otra galaxia?
¿Quién comparte las aguas con las ninfas?
¿Quién ambiciona un tiempo sin subordinación?
¿Quién traspasa un espejo? ¿Quién es el espejo?
¿Quién brinda con Ulises en el puerto de Ítaca?
¿Quién sobrevive ileso a una tormenta dentro del corazón?
¿Quién desposa al destino? ¿Quién corteja a la muerte?
¿Quién emprende una gesta aun a sabiendas de una derrota cierta?
¿Quién para con su mano los relámpagos de un dios?
¿Quién sueña con androides que soñaron con ovejas eléctricas?
¿Quién ha visto su alma? ¿Quién vence a los molinos?
¿Quién tiene largos trenes recorriendo la estepa de sus venas?

¿Con quién es comparable la belleza del fuego?
¿A quién le pertenece lo que no es de nadie?
¿Por quién siguen doblando las campanas?

¿Quién puede competir con la imaginación?



Raquel Lanseros

jueves, 4 de abril de 2019

La inmortalidad


Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.

Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.

Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.

Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.

La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.

No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.

Luis García Montero


martes, 2 de abril de 2019

Invocación



Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas,
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran tiempos de silencio.

Raquel Lanseros