Por favor, no hagan
ruido
en la tranquilidad
de este poema
escrito con la mano
del que cierra la
puerta al apagar la luz.
Mis tres hijos
acaban de dormirse.
Necesito el silencio
para pensar en ellos.
Colores indelebles
en un lápiz
de trazado infantil,
vuelven a dibujar
– pero esta vez en
serio –
un árbol, una casa,
la memoria
de una luz encendida
con sabor a
diciembre,
los cristales del
miedo
y la ilusión del
porvenir
bajo el sol de los
días laborables.
Un hijo es el
segundo país donde nacemos.
Con su falta de edad
nos hace cumplir años
y nos devuelve
al mundo del reloj,
a las llamadas
telefónicas
que son una raíz
en la orilla del
tiempo.
Un hijo nos enseña
a preguntar
con voz de agua
la verdad decisiva
de la tierra.
Ser como juncos, y
en amor flexibles,
no asegura
respuestas
ni confirma el
reposo.
Elisa, Irene, Mauro,
cada cual con su
puerto y con su lluvia,
luces cambiantes en
el mismo río.
Nadie comente, por
favor,
que acabo de
escribirles un poema.
Los hijos crecen con
espinas.
Nunca sé imaginar
lo que pueden decir
de lo que digo,
lo que pueden pensar
de lo que pienso,
lo que pueden hacer
con lo que hago.
Luis García Montero
No hay comentarios:
Publicar un comentario