Llora
el Ángelus Novus
de
sus alas rasgadas brota
la
sangre apocalíptica
de
la catástrofe.
Son
niños, hombres y mujeres en floración
han
atravesado la curva árida
de
una vida sin tregua
y
escalado la sed de todos los abismos
en
su pecho
vibran
las cuerdas
de
una sinfonía
con
los desacordes mudos
de
sus cuatro movimientos
el
hedor turbio
de
la guerra
con
sus alaridos de relámpago
proclamando
el
diluvio de los huesos
sus
espaldas arrastran
los
azotes de una ciudad
fundida
en ruinas
y
un rocío
de
pétalos marchitos
le
escuece el corazón
en
su estómago
cruje
la cigarra del hambre
de
sus labios aflora
el
charco seco de la sed
y
sus ojos recios
añoran
semillas
para
un suelo seco.
Sopla
el viento
en
la huida
y
como Orfeo
sabe
que
no puede mirar atrás
y
corre
.............corre
.......................corre
su
aliento rastrea
el
vestigio de algún paraíso
su
voz no es una voz
es
un chirrido de pájaro
volando
hacia el ocaso
de
todas las incertidumbres.
Ha
llegado
deposita
sus ojos húmedos
en
tierra firme
pero
la lluvia
sigue
cayendo a chorros
sobre
la planta reseca
de
sus pies
apenas
un soplo
para
los harapos
de
sus sueños
¿Cuándo
terminará su huida?
¿Existirá
algún lugar sin fosas
que
lo aguarde?
Detrás
de cada huida
hay
una luz
un
cielo sin escombros
en
la desembocadura de los sueños.
Existe
un puerto
de
todas las ternuras cobijándolo.
Grita
la voz del instinto.
Sueña
con la hierba silvestre
brotando
a chorros
por
su sangre
danzan
con furia
sus
párpados desamparados
con
la voz de la promesa.
No
sabe que en las ciudades
del
norte
brillan
glamurosos
los
carteles
tras
los focos luminosos
las
sonrisas
espejismos
de una dicha
a
crédito
que
se compra con visa o mastercard
el
mundo navega
por
las corrientes sin brújula
del
gran mercado
chupando
el humus
de
sus precarios habitantes.
Soles
negros
en
los rostros sin nombre
las
ciudades del norte
erigen
sus torres de acero
amurallando
todos los delirios
labios
sellados
para
sus ruegos sin refugio
paneles
sin miel
para
la intemperie de sus lágrimas
ellos,
los sin rostro
deambulan
por el pavimento indiferente
de
la gran ciudad.
María
Germaná Matta