viernes, 1 de mayo de 2015

El pueblo

Acá las personas son minoría
y a veces (muy raramente) se las puede ver
caminando preocupadas entre la multitud de vacas, de ovejas
y se ríen solo cuando tratas
de hablar con ellas sobre la justicia.
Se mueren de risa cuando les mostrás
un árbol y decís - miren qué belleza
en el resplandor de la puesta de sol,
y prácticamente se caen al suelo muertas de risa
torciéndose, cuando les lees
unas cuantas líneas
de poesía clásica de amor
y de belleza
eterna.
En general, acá oscurece temprano.
Aquí cenan con la luz apagada,
y la oscuridad universal se restriega
con crujido de cucharas que rozan platos,
En general, las personas acá viven poco,
morir aquí se considera
un asunto serio, digno de machos,
y aunque el camino al cementerio es corto,
a toda costa tratan de alargarlo
andando por el laberinto de las casas y los patios.
Se acuestan en el ataúd con las caras preocupadas,
colocándose el gorro hasta las orejas.
Calladas. Calladas como una roca.
Y solo ante el pozo, cuando el cura
rascándose la espalda,
empieza, apurado, a hablar de la justicia, del amor
y de la belleza eterna
en la tierra y sobre todo en el cielo,
una sonrisa leve aparece
en las caras pálidas y peludas
y algo se dicen entre ellas
moviendo los labios imperceptiblemente ...
¿Qué dicen?
Ay, si fuera posible entenderlos
entre el llanto fuerte de las mujeres, el cacareo de las gallinas
el mugido de las vacas
y los insultos caóticos de los perros...


Hovhannes Grigoryan  

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