Me dejé ir, lo tomé en marcha y no
supe nunca
hacia dónde hubiera podido llevarme.
Iba lleno de miedo,
se me aflojó el estómago y me zumbaba
la cabeza:
yo creo que era el aire frío de los
muertos.
No sé. Me dejé ir, pensé que era una
pena
acabar tan pronto, pero por otra parte
escuché aquella llamada misteriosa y
convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la
escuché
y casi me eché a llorar: un sonido
terrible,
nacido en el aire y en el mar.
Un escudo y una espada. Entonces,
pese al miedo, me dejé ir, puse mi
mejilla
junto a la mejilla de la muerte.
Y me fue imposible cerrar los ojos y no
ver
aquel espectáculo extraño, lento y
extraño,
aunque empotrado en una realidad
velocísima:
miles de muchachos como yo, lampiños
o barbudos, pero latinoamericanos
todos,
juntando sus mejillas con la muerte.
Roberto Bolaño
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