martes, 3 de febrero de 2015

Del fusil y la rosa


Un aire me circunda o me traspasa.
Un aliento dulcísimo me embriaga
Con una sensación desnuda y vaga,
Porque la sombra alúmbrame la casa.
Y si pone en mi herida suave gasa
No hay fusil que la tronche ni deshaga.
Porque la rosa en su virtud de maga,
Los ruidos del metal calla y rebasa.
Por eso está en mi mano, palpitante,
Floreciendo la rosa en la desnuda
Desnudez del asombro y del instante.
Y aquí se quedará mientras trasuda
—en la Hora terrible y acuciante—
sombra la muerte con su guerra cruda.

Rolando Elías

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