Las playas, parameras
al rubio sol durmiendo,
los oteros,
las vegas
en paz, a solas, lejos;
los castillos,
ermitas,
cortijos y conventos,
la vida con la historia,
tan
dulces al recuerdo.
Ellos, los vencedores
caínes
sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una
mano divina
tu tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz
dispuso
que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
en
ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
envenena mis
sueños.
Amargos son los días
de la vida, viviendo,
sólo
una larga espera
a fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya
libre
de la mentira de ellos,
me buscarás. Entonces
¿qué
ha de decir un muerto?
Luis
Cernuda
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