domingo, 7 de julio de 2013

Siempre se salva un niño


Un odio definitivo y sólido
arrastra los resabios temblorosos
de la pequeña última muerte.
Sarcófago inventado donde
la nada se arrebuja en los rincones.
Batalla devenida como toda batalla,
sin precisar la chispa que la engendra.
Turbio lastre de la frustración
moviendo personajes contrahechos,
mientras los hilos se mezclan y confunden.
¿Dónde se apaga el odio?
¿En cántaros de cobalto?
¿En caminos de espuma donde perder su huella?
Las palabras borran un rostro
entre la niebla espesa del futuro,
y las manos intentan
destruir lo abominado, el sinsentido.
Cuando se aquieta el derrumbe,
entre los escombros,
siempre se salva un niño.


Susana Giraudo

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