Yo tenía una madre que bordaba
pañuelos en el viento
y
dibujaba a lápiz
palomas mensajeras.
Un padre
que estudiaba laberintos
y extraía del centro de las piedras
leones y columnas
escuelas, catedrales.
Yo tenía una caja pequeñita,
un rincón escondido,
una
muñeca
que sabía llorar.
Tenía un
lapicero despuntado,
una caja de Alpino, un sacapuntas
de
madera, un estuche de hojalata,
una pluma, un secante y un
tintero,
una pizarra negra
y un cabás de cartón.
Yo tenía un amante que sabía
leer en las estrellas y en mis
ojos.
Inventaba palacios de palabras
y mensajes cifrados y
sabía
escribir en mi piel
la magia y la ternura.
Yo lo tenía todo:
una pradera, un río, una montaña…
incluso un pueblo entero
para mí.
Y por eso en las noches de vigilia
tengo un libro y un mundo
que no puedo olvidar.
Nieves Álvarez Martín
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