Soñar no cuesta nada.
Contrario a cuanto ejercicio hoy se nos
recomienda,
no requiere de zapatos, ni ropa
adecuada.
No nos pide sudar o quemar calorías.
Ni calcular el posible daño o provecho
para nuestra salud.
No es tampoco un hábito
cuya repetición pueda conducirnos a
cáncer del pulmón
o de cualquier otra parte del cuerpo.
Soñar no daña la ecología,
ni atenta contra la capa de ozono.
No aumenta el colesterol,
ni fomenta la crueldad contra los
animales.
Soñar no afecta los reflejos,
ni causa daños congénitos.
No es dañino para las mujeres
embarazadas,
ni inhibe la lactancia materna.
Soñar es un deporte barato.
No requiere de equipo sofisticado,
ni de constante y agotador
entrenamiento.
Pese a los riesgos de que sufra el
corazón
no se ha encontrado base científica
para
contraindicar los sueños,
aunque los argumentos en favor de su
extinción
se fabrican a diario.
Yo sostengo que soñar continúa siendo
un hábito díficil de erradicar,
cuya ternura y perseverancia
posee la capacidad de conmover
y abrir ranuras en las corazas mejor
armadas
y aparentemente impenetrables.
Si quiere practicar una actividad de
bajo costo,
bajo riesgo, y sin ninguna
susceptibilidad a las altas y bajas del mercado,
le aconsejo soñar,
y no permitir que nadie lo convenza
de que no sigue usted siendo dueño, al
menos,
del inmenso poder de su imaginación.
Gioconda Belli
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