lunes, 5 de abril de 2010

MUERTE DE MÁQUINA

Derramando tornillos,
con las bielas exánimes,
hizo un esfuerzo último para mover las ruedas
dentadas. Como una oscura arteria
palpitó la polea, pero sólo
trasmitió un temblor leve a las turbinas,
que giraron despacio, horrorizadas,
con expresión de ojos que se nublan.
Luego, la vieja máquina
se derrumbó pesadamente,
ahogando en su caída
el exterior agudo de las válvulas.
Un delicado halo de bermeja
herrumbre,
de orín confuso, y moho, y cardenillo,
ascendió lentamente de sus restos
—temblorosos aún— hacia la turbia
claraboya,
polarizando luces impartidas
como una bendición, desde lo alto.
Alguien gritó:
¡Milagro!,
desangrándose,
¡Milagro!,
desasiéndose
del brazo del hierro retorcido.
Luego supimos que aquel artefacto
había expirado
—el hombre importa poco—
en olor a chatarra. Y comprendimos.

Ángel González

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